lunes, octubre 19, 2009

Mi niño, mi bestia, tal vez... yo mismo. - Poema

Una vez tuve un pueblito
que era chiquito y perdido
en mitad del verde de un valle

un lago le lamía los pies
y el cielo cordillerano
le daba nieve en invierno y sol en verano

y todo era tan lindo en el pueblito...
la gente, aunque poca, era saludable,
pero no porque fueran sanos
si no más bien, porque habían aprendido,
a decir hola y buenas tardes.

El pueblito crecía fuerte y se hacía pueblo,
aunque claro hacerse grande
siempre duele y trae trastornos
pero muy a pesar de esto
igual crecía con amor y con aplomo.

Una noche, cuando la luna brillaba,
con su tibia luz blanca que a las sombras espanta

llegó un hombre,
o una mujer,
o un monstruo,
lo mismo da,

y comenzó a beber la sangre de los habitantes
que saludables todavía,
sabían mojar sus pies y saciar su sed
en el paso de un arroyo,

al tiempo los hombres, las mujeres y los niños
que habían sabido vivir libres y felices
a orillas del lago, al pie de la montaña
empezaron a temer salir de sus casas
a caminar las calles, a perderse en los bosques

y claro, poco a poco y casi sin darse cuenta
dejaron de ser saludables...

fue tan fácil olvidar la sonrisa
que sus rostros se volvieron cenicientos,
que el verano perdió su calidez,
y que el invierno dejó de brindar
sus pequeños y copiosos copos de nieve.

Los hombres, las mujeres y los niños,
reaccionaron tarde, como siempre sucede,
y comenzaron a señalar
a aquella mujer,
a aquel hombre,
o a aquella bestia...
lo mismo da.

La increparon cara a cara
y queriendo dar culpa
echaron sobre ella sus responsabilidades.

La bestia reconoció ser esa que chupa
de algunos de ellos su porción de sangre
se hizo responsable, mas no se sintió culpable
ante aquellos que la increpaban
de aquel mal que los aquejaba.

De hecho, hasta tuvo el acierto de preguntar
¿Si acaso alguno de ellos no tenía algo de responsabilidad
por dejar que las cosas hasta allí llegaran?

Claro que todos lo negaron,
y la increparon, y le gritaron,
olvidando que ella podría haberlos exterminado

pero sin embargo,
tal vez por saludables,
tal vez por conveniencia,
los había dejado seguir sus vidas.

A pesar de sentirse apresados
nunca trataron de darle caza
y tampoco se privaron
de salir de sus casas.

Los hombres siguieron increpando a la bestia
hasta que al fin perdió su paciencia
y cuando al fin estaba por matarlos a todos
e ir a otro pueblo y seguir con su día
tal y como venía haciendo a lo largo de su eterna vida,

un niño reconoció, que tal vez, si él,
la primera vez que la bestia se acercó
hubiera tenido el coraje de decir no
tal vez, ella hubiese seguido su camino
hacia otro pago, hacia otro pueblo.

Pero también se excusó
diciendo que algunos grandes dijeron:

Si la bestia merodea el pueblo,
ladrones y asesinos,
corruptores y corruptos
del pueblo estarán lejos...

Si la bestia merodea el pueblo
de cuando en vez, alguno
perdería una porción de sangre
pero... ¡Qué va! La sangre se renueva.

La bestia miró al niño,
el niño miró a la bestia,
y con un solo mordisco
lo devoró antes que éste pestañase siquiera.

Un niño tan sabio y valiente,
no era bueno que creciera
educado entre especulaciones
de hombres cobardes, necios e incompetentes.

Es díficil encontrar un mundo feliz,
un paraíso escondido allá afuera,
bestias hay en donde quiera
mismo habitan en nuestra inconciencia.

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