martes, agosto 12, 2008

El hombre detrás de la barra -- Cuento

Qué querés que te diga... apenas entró yo ya sabía que venía para kilombo, se acercó a la barra pidió un trago, se le veía colgando del cinto, el filo de acero brillando amenazante. No le dije nada, que le voy a decir, acá todos vienen con algo en el cinto, o en los tobillos o adentro de la boca, porque a decir verdad, hay lenguas que son más peligrosas que cualquier filo, que cualquier plomo. Y a este de acá se le veía en la mirada que no estaba para bromas, la actitud más que nada, esa postura tan soberbia, la excesiva calma en sus manos, en sus movimientos, algo traía bajo la manga, no porque trajese algo realmente, pero por su actitud tan sospechosa, me hizo pensar que algo pergeniaba y ese algo no era nada bueno. Ojo que no hizo nada distinto a lo que hace la mayoría que vienen se acodan en la barra, se echan como si nada, este tal vez era un poco más reservado, silencioso, cauto. Miraba a los costados y hacia todos lados como buscando algo, no a alguien, a algo, tenía los ojos comprometidos y la mirada de cazador. No te voy a andar diciendo que así como llegó se fue, claro que no, cuando se acodó en la barra tenía un modo, como decirlo... pasivo, solo miraba alrededor, atento, en la espera. Una vez que se bajó la botella de grapa en cuatro o cinco tragos, volvió a acodarse en la barra y pidió un vaso de vino tinto, el tono de su voz era distinto, en sus ojos había una llama, esa llama que se enciende en los ojos de los felinos cuando una sombra baila incauta, cuando un sonido les llega a los oídos, cuando el olor a sangre inunda su necesidad y enciende su apetito... No diría que quien despertó su curiosidad fue una sombra, o quién atrapó su atención fue un sonido, ni que la sangre fue quién despertó su atroz y salvaje apetito. A las fieras la hambruna y las necesidades le encienden la lujuria, pero a los hombres... es el pecado quien se las enciende. Después de acabar con el vaso de tinto, en silencio, caminando y entre la gente despareció sin siquiera tambalearse. Esa noche el boliche estaba lleno, miles de almas se regocijaban en el desenfreno, Sodoma y Gomorra parecerían un parque de diversiones para niños, y a pesar de tantas gentes, este se colaba entre ellas como si fuera un fantasma. A decir verdad, quedé viendo su siniestra figura que se adentraba en la pista de baile sin siquiera tocar a los bailarines que presos de la pasión y el frenesí movían sus extremidades de aquí para allá, tratando de capturar el ritmo que volaba en el ambiente. La figura de él se perdió entre otras cientos de figuras desapareciendo como por arte de magia. No pasaron ni diez minutos del ingreso de ese hombre al tumulto que vaya a saber Dios por que cuernos, que comenzó a armarse tal revuelo que no había paz ni calma que sosiegue al gentío. Se escucharon gritos, los primeros fueron de susto, pero los segundos fueron de un terror incalculables. En un primer momento, mientras los gritos de susto se oían, la gente corría hacía donde podía, se tropezaban entre ellos y más de uno que caía al suelo sin querer a pocos metros de la muerte se revolcaba tratando de escapar de los pisotones de quienes huían despavoridos, aunque ya en los últimos momentos, cuando el terror poseía por completo los gritos de los danzarines, la turma que se vino no tenía cuidado alguno de nada, traían sus rostros embebidos en sangre, al igual que sus ropas, sus manos y sus bocas que gritaban horrorizadas. Quedó en el medio de la pista de baile la figura de aquel no hombre, de aquella sombra que después de beber parecía un fantasma entre los vivos, un muerto andante entre la gente. Al concluir los aterradores gritos, en la pista solo se veía su oscura figura con el filo brillante del cuchillo en mano, en el suelo aún desangrábanse dos... y yo, claro, que lo veía desde detrás de la barra asombrado ante tal bizarra visión. Levantó su cabeza hacia mí, a pesar de no distinguir sus facciones sentí sus ojos hielo clavándose en mi, inquisidores, punzantes, acusativos. No sé por qué, pero me sentí obligado a bajar la vista, tal vez miedo... tal vez vergüenza... No sé, qué querés que te diga. No pude mirarlo a los ojos, no quería, no tengo el alma tan limpia como para mirar a los ojos a alguien... de hecho me sentí culpable, de no mirarlo, y por lo que pasó me sentí responsable.
Qué querés que te diga? Qué soy un pobre tipo? Qué tuve la oportunidad de ser alguien? de hacer algo? de demostrarme a mi mismo que era capaz de otras cosas? La verdad que no, no tengo el alma tan sucia para decirle a alguien cosas que no son, de hecho, cuando levanté mi vista de nuevo, la sombría figura ya no estaba dentro de la pista de baile, había un par de oficiales de policía cerca de los muertos, y otro que al acercarse a la barra me preguntó que había visto, le dije todo, Por qué no ayudó, Porque soy un cobarde, después de menear su cabeza de aquí para allá, tomó un poco de aire mientras me miraba a los ojos, algo había en mi mirar, algo que lo conmovió de alguna manera, algo que le dio a entender el pesar que llevaba sobre los hombros. No se preocupe amigo, los que están en el suelo eran violadores, ladrones y asesinos, estamos seguros que esto fue obra del nieto de Matilda Suarez, la que vivía cerca del río... tal vez la conozca, ayer por la noche dos ampones entraron en su casita de barro, le robaron unos pocos mendrugos de pan, la violaron y después la mataron a golpes dejándola casi irreconocible. No se haga mala sangre amigo, no se enoje con usted, esta vez su cobardía apañó a un asesino que hizo justicia por mano propia.
Qué querés que te diga? Te pensás que esto me sirvió de algo? Los cobardes morimos ahogados en nuestros propios gritos, en nuestra propia orina. Creo que se hizo justicia, los asesinos fueron pagos con su misma moneda, y yo, entendí y acepté mi propia cobardía.
No hay nada que pueda decirte, solo rogarte clemencia.

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