miércoles, noviembre 28, 2007

El viejo y las uvas -- Fragmento

Vinimos de la misma isla, en el mismo barco, por lo que nuestro viaje duró lo mismo, nuestras vivencias allí dentro fueron iguales, sin embargo, el tiempo en las gentes nos hace tan distintos que cada quien, anque siameses, andamos cada uno por su lado y si nos vemos, tal vez y con distancia nos saludamos. Claro que a pesar que al principio sufríamos las mismas penurias, ninguno pensó en darle una mano al otro, en tener otra forma de trato solo por conveniencia a la convivencia. En un principio estar alerta era un estado de conciencia, que más tarde para algunos se transformó en una forma de vida, pero para otros no, otros caímos en un conformismo cómodo y consentido. Había que trabajar, siempre hay que hacerlo, aunque te guste lo que hacés, igual lo vas a considerar trabajo, y en esos tiempos trabajar daba una esperanza, abría puertas y ventanas, no como ahora que cuando se abre una ventana la corriente te cierra la puerta y cuando abrís la puerta la misma corriente te cierra la ventana... Cuando llegamos te ofrecían trabajos por las calles, los sueldos eran de esclavos si tenías suerte, si no, simplemente pasabas las horas en labor hasta que por la noche caías en un pajonal mal armado y sin agujas, te daban un plato medio sopero lleno de un engrudo al que llamaban alimento.
Igual no fue todo tan duro como suena, p0r eso estoy acá parado. Vivir se transforma en vida cuando uno se acostumbra al papel que debe cumplir sin flagelarse con ninguna de las causas o consecuencias que esto trae, al fin y al cabo de qué sirve pelear contra uno mismo si al vencer al enemigo es uno que queda vencido? Dejé esas cosas, pero me hundí en el trabajo y así la conocí a Esther, también una refugiada pero ella de la guerra, tenía la belleza del cielo en su mirar, y la tez tan blanca que su parecido con el algodón era único, en color y textura. Aunque nadie la veía, nadie prestaba atención a su fina figura, claro está que se vestía con harapos cenicientos y holgados que la hacían parecer un viejo trapo de piso. Pero era trabajadora, trabajadora a más no poder, sus manos delicadas trozaban el carbón de tal manera que las astillas no volaban por los aires desparramándose por todos lados, no, caían en forma de breve cascada quedando en un pequeño montón debajo de sus hermosas manos contrastantes con el negro carbón. Así por que si, y de la nada, Esther se enamoró de mi, un poco menos de lo que yo estaba enamorado de ella. Romances dentro de estos lugares eran prohibidos y castigados de las maneras más pueriles e infrahumanas, te podían dejar encerrado dentro de un cubo metálico al rayo del sol por cuatro días o más, depende la ofensa, depende la pena.
Un día nos encontraron, yo le convidaba un poco del engrudo que a mi me tocaba, mi porción, ella estaba con mareos y naueseas... después de cuatro días encerrado allí, salí y me susurró al oído que estaba embarazada por lo que la tomé firmemente del brazo y salimos como tiro corriendo como alma que lleva el diablo. Huímos, huímos lejos lejos, así fue como llegamos acá, escapando de la ley y de todo lo que conocíamos y aunque no lo creas, esa persona tan distante y distinta que vino en el barco de lo que era nuestra isla, ese que vivió lo que vivmos, que sintió lo que sentimos, fue el único que nos realmente nos ayudó a llegar hasta acá, para que vos puedas nacer y hacerte y transformarte en este hombre de bien que descansa entre estas espantosas y frías paredes de roble. Si la vida tenía un sentido, era porque vos estabas dando vueltas por el mundo, aunque no me hablaras hace tiempo, aunque no preguntaras más por mí, aunuque fingieras indiferencia ante cada una de mis venturas y desventuras. Venís a palmar justo ahora pelotudo, justo ahora que había entendido que nunca es tarde para el cambio te vas como caen las hojas en el otoño y sin siquiera decir chau viejo, que el diablo te coja hasta aburrirse... Te voy a extrañar con el alma hijo mío, ojalá que Dios te acoja en su santa gloria y que Esther te esté esperando con los brazos abiertos y aquella dulce sonrisa dibujada en la boca.